Cada día decenas de
aviones sobrevuelan el cielo de San Cosme; un barrio muy cercano al aeropuerto
del Prat de Barcelona. Sus trazos rayan el azul del cielo y los sueños
proyectados hacía las nubes de la gente humilde. Hasta hace unos pocos días, un
grupo de ancianas del barrio, conocidas como las mujeres sabias, nunca había subido a una avión pese a la proximidad
con el aeropuerto. Pero la entidad de transformación social Gats se empeñó en que este grupo de
abuelas de entre 60 y 80 años y comprometidas con el barrio desde siempre,
tenía derecho a volar. Fruto de esta obstinación nació el proyecto “De San
Cosme al cielo”; que se plasmó con un viaje a París. Muchas de ellas pensaban
que nunca volarían, pero finalmente les llegó el momento de acariciar los
sueños. Ahora, ese rastro en el cielo es el suyo.
Paradójicamente, he
estado cuatro veces en Paris y nunca en San Cosme. Impresionado por la
historia, me decido a solucionar este agravio y visito a un par de estas
abuelas para conocer su visión sabia de
la vida, la lucha y el compromiso social.
“Me llamo Iluminada,
pero llámame Lumi que es más corto”, me dice a modo de presentación. Tiene una
cara de pan redondo, carnosa y la sonrisa eterna. A sus 75 años de edad lleva
una actividad social frenética: recogida de comida para el Banco de los
alimentos y de dinero para la Cruz Roja, venda de lotería de Navidad de un
sinfín de entidades del barrio, coser los vestidos para el Belén Viviente... Pero
me confiesa que no siempre ha sido tan activa: “Mi marido era muy machista.
Durante los 46 años de casada no fui a ningún sitio”. Trabajaba limpiando pisos
por la mañana y por la tarde cosía en casa; además de los quehaceres diarios
del hogar y la crianza de sus tres hijos. “Mi marido estaba en Comisiones
Obreras; pero yo no sé lo que es esto”, afirma sin complejos. Sin embargo,
participaba de las movilizaciones ciudadanas para exigir mejoras en el barrio:
“Mi marido me decía que fuera a la huelga porqué para que hubiera más apoyos
era importante que vinieran las mujeres”. Los sindicatos y la asociación de
vecinos iban delante con las banderas y las mujeres detrás con los niños en
brazos.
San Cosme es un barrio
de obreros que se construyó durante la década de los 60 con la llegada de la
población que vivía en las barracas de Montjuic. Desde sus inicios han vivido
payos y gitanos; y la convivencia no ha sido precisamente fácil. Por esa razón,
San Cosme ha sido estigmatizado como un barrio de rufianes y maleantes. Alrededor
de 1970 empezaron las primeras acciones vecinales para reivindicar servicios y
equipamientos: “No teníamos ni médico, ni colegio, ni ambulatorio, ni
iglesia... Y los autobuses no querían venir porqué decían que les quitaban el
dinero”, recuerda Lumi. Para revertir esta situación de precariedad, los
vecinos organizaban acciones de protesta: “Cuando venía un pez gordo cortábamos la carretera del aeropuerto con troncos,
vallas y todo lo que encontrábamos”.
Emilia es otra mujer sabia que participaba en las
manifestaciones. Se presenta presumiendo de galones: “Gané el último concurso
del Festival de Sopas del Prat”, dice con orgullo. Cuenta 77 años y lleva 47
viviendo en San Cosme, aunque es oriunda de Melilla. Tiene el rostro endurecido
por la vida, una expresión reservada y la palabra concisa pero contundente. Ha
trabajado toda su vida en la limpieza afrontando jornadas maratonianas y horarios
intempestivos por salarios mediocres. Pero lejos de resignarse, Emilia luchó
junto con sus compañeras por sus derechos laborales: “Lanzábamos huevos, peras
y lo primero que encontrábamos”, confiesa bajando la mirada y tapándose la boca
para esconder una sonrisa traviesa que delata su buena puntería. Se le suaviza
la cara y se sonroja. “Éramos unos demonios”, concluye.
Hace poco Emilia participó
en una concentración en el Prat en contra de los recortes. Allí había un
jovenzuelo poco iniciado en el arte de la protesta con un megáfono. Con su
aplomo característico, le apuntó alguno de los cánticos que entonaban en su época
como el “no nos mires, únete” o “estás invitado, camina a nuestro lado”. Para
la vieja activista, ese “chiquillo” era una excepción porqué considera que la
mayoría de los jóvenes está más pendiente de los “botellones y los ordenadores”
que de luchar por un mundo mejor. “Los viejos los tendríamos que espabilar”,
amenaza simpáticamente Emilia.
Y es que las mujeres sabias están muy comprometidas
con la sociedad: “Voy a todos los sitios donde me llaman”, explica Lumi. El
teatro social para recoger alimentos ha sido una de las últimas acciones de la
asociación. Para entrar al espectáculo se tenía que traer comida. Y visto el
éxito (repitieron la actuación cuatro veces), seguro que lograron reunir muchos
kilos. Pero Emilia sigue poniendo el acento en la reivindicación: “No me
ganaría la vida con el teatro. Prefiero la guerrilla”. Les pregunto si alguna vez
han militado en un partido político y las dos responden negativamente. Emilia
dice que los partidos están llenos de “chupatintas” y Lumi confiesa que nunca
se lo ha planteado. Sin embargo, dice que ha tenido claros sus referentes
políticos: Felipe González y, con anterioridad, Adolfo Suárez. De este último
asegura que “tenía entendido que hacía bien las cosas”.
Aunque no paran de realizar
actividades para hacer el mundo un poco más habitable, estas abuelas no tienen
conciencia de su poder transformador: “Al lado de los otros, soy un granito de
arena. Si no hacen nada los gobiernos, ¿qué voy a hacer yo?”, se queja Lumi.
Por su parte, Emilia tiene una visión más pragmática: “Hasta que no nos empastillen
y nos quiten de en medio, yo seguiré dando guerra”. Y prosigue: “El poder no
quiere a gente lista; quiere a analfabetos conformistas para pisotearlos”. Lumi
firma con la inicial de su apellido rodeada de garabatos. Me cuenta con la
mirada vidriosa que le encantaría aprender a escribir. Me gusta su
determinación. Pienso que es su derecho a volar alto, muy alto, de San Cosme al
cielo: hasta donde alcance la vista y lleguen los sueños.
Mientras hayan personas
como las mujeres sabias de San Cosme que
mantienen inalterable su compromiso con la sociedad hasta el fin de los días,
siempre habrá una voz valerosa detrás del megáfono.
Artículo publicado en la revista El Ciervo